Basta una sola batería de un teléfono inteligente para contaminar hasta 600.000 litros de agua, es decir, la cantidad que consumen todos los hogares españoles a lo largo de un día, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Así se desprende de un estudio sobre el impacto medioambiental de los smartphones realizado recientemente por la Universidad de Surrey (Reino Unido), que alerta de que estos aparatos figuran entre los más nocivos para el medio ambiente.

La investigación ha detectado alrededor de 40 materiales tóxicos en los teléfonos móviles de última generación, entre los que se encuentran el arsénico, el antimonio, el berilio, el plomo, el níquel o el zinc, además de metales pesados como el plomo, el cadmio o el mercurio. En definitiva, una auténtica bomba de relojería que debería ser convenientemente reciclada al final de su vida útil, pues aunque el 90% de sus componentes son reutilizables, el 10% restante resultan especialmente peligrosos (si, por ejemplo, entran en contacto con el agua).

Según la investigación, los dispositivos móviles inteligentes están formados en un 50% por plástico, en un 15% por vidrio y en otro 25% por metales como el hierro, la plata, el cobre o incluso el oro (se estima que con 50 móviles viejos se reuniría el oro suficiente para fabricar un anillo de boda). También incluye una importante cantidad de coltán, un metal muy escaso y, por ello, de gran valor, capaz de soportar cargas eléctricas elevadas y cuya producción ha llegado a desatar guerras en países centroafricanos como el Congo.

Además de representar una seria amenaza para el agua que consumimos, el uso de un smartphone libera a la atmósfera hasta 95 kilogramos de dióxido de carbono (CO2). La mayor parte de esta contaminación estaría relacionada con el ciclo de producción de estos dispositivos, aunque también hay que tener en cuenta su transporte hasta los puntos de venta, así como el uso y la vida útil de cada terminal. Por todo ello, resulta fundamental que los smartphones no terminen en la basura, porque pueden llegar a contaminar nuestro entorno durante varias décadas.

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