Durante este verano se ha hablado, y mucho, de algunos de los problemas vinculados al crecimiento del turismo. De hecho, en estos meses se han acuñado los términos de ‘turistificación’ y ‘turismofobia’ para definir, respectivamente, a la llegada masiva de turistas extranjeros a algunos puntos del país (Baleares, Barcelona, San Sebastián…) y a la reacción, en ocasiones violenta, de la población de esas zonas hacia ese tipo de turismo.
Uno de los efectos de la multiplicación de la población en algunas ciudades guarda relación con el tratamiento de las aguas residuales. Sin ir más lejos, durante los meses de julio y agosto se han producido cierres de algunas playas por la aparición de fuertes olores e incluso de peces muertos. Detrás de esos fenómenos había siempre una misma razón: el vertido de aguas fecales al mar, por la incapacidad de las estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR) y los colectores de esas zonas para tratarlos de una forma adecuada.
Eso es lo que sucedió en la Playa Norte de Peñíscola (Castellón) y en la costa de Barcelona (en los municipios de Casteldefells y Gavà). Y lo peor de todo es que no se trata de casos aislados, como vienen denunciando desde hace años las ONG ambientalistas. Por ejemplo, Ecologistas en Acción otorga cada año sus banderas negras a las playas más contaminadas, siendo los vertidos de aguas residuales uno de los factores que se tienen en cuenta para que un punto del litoral pueda terminar formando parte de este ranking. Ahí están, sin ir más lejos, los casos de la Playa de Getares de Algeciras (Cádiz) o de la propia Peñíscola, que este año se han hecho con este distintivo.
Pero existen muchos más ejemplos de puntos del litoral español que se encuentran en peligro por la dejadez de las autoridades para modernizar sus sistemas de tratamiento y depuración de aguas fecales (algo que sucede desde hace años en otros países muy turísticos, como México). Por ejemplo, los expertos estiman que el Mar Menor está ya en una situación límite, hasta el punto de que en sus fondos están proliferando algas tóxicas que son perjudiciales para su ecosistema marino.
Y algo similar se puede decir de las Islas Baleares. En Ibiza, este verano se han registrado problemas con aguas residuales en varias playas por la rotura de una tubería del colector de Cala de Bou. De hecho, esa misma tubería ya se había roto en otras tres ocasiones a lo largo del año, por lo que se considera que su vida útil, 40 años después de su construcción, ya ha concluido. En la Bahía de Palma de Mallorca, donde la situación también es agónica, se estima que bastarían unos 200 millones de euros para modernizar la depuradora de la isla y, de paso, acabar con los malos olores y con la despoblación de sus fondos marinos.
Todo esto pone de manifiesto la necesidad de invertir en sistemas de canalización y tratamiento de aguas residuales para adaptarlos a las necesidades de municipios que llegan a multiplicar varias veces su población durante los meses de verano. Porque el problema no es el crecimiento del turismo, que es una de las industrias más importantes del país, generadora tanto de riqueza como de miles de puestos de trabajo… El problema es que hay que modernizar los sistemas de alcantarillado para que puedan hacer frente a esa llegada de millones de turistas extranjeros.
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