Aunque a veces pensamos que el agua corriente, las alcantarillas, las cloacas, las tuberías, los pozos y los desagües siempre han estado ahí, lo cierto es que su existencia es relativamente reciente. Si tomamos como ejemplo Madrid, cuando la ciudad se convirtió en la capital de España, allá por 1561, apenas disponía de unas cuantas regueras para canalizar las lluvias y las aguas residuales, así como algún que otro sumidero para absorberlas… Eso, y una norma que sancionaba el vertido de aguas sucias a las calles y plazas desde el interior de las casas (de dudosa eficacia).
Al convertirse en la nueva sede de la Corte, Madrid incrementó notablemente su población durante los siglos XVI y XVII, lo que derivó en la aparición de renovados problemas higiénicos y sanitarios, como la multiplicación de residuos domésticos y aguas de cocina en la vía pública. No hay que olvidar que la principal lógica de evacuación existente en la época era la del famoso “¡Agua va!”. Sólo así conseguían mantener los madrileños limpias sus viviendas de todo tipo de residuos e infecciones (y el sistema tampoco era 100% infalible).
Aunque en 1618 se preparó un primer plan de saneamiento que incluía la construcción de alcantarillas en zonas como la Carrera de San Jerónimo o la Plaza de Leganitos, no fue hasta un siglo más tarde (1717) cuando llegó la primera propuesta técnica. Fue el Tracista Mayor de las Obras Reales y Maestro Mayor de las de Madrid, Teodoro Ardemans, quien planteó la instalación de una red de tuberías bajantes en todos los edificios de la ciudad, desde los retretes hasta un pozo. Desde allí, una conducción subterránea llevaría las aguas fecales a otro pozo de depósito, accesible desde el exterior.
El sistema proyectado por Ardemans no era muy diferente a lo que se venía haciendo en toda Europa desde hacía varios siglos. Sin embargo, los madrileños lo acogieron con desagrado, por el temor a que las obras dañaran el subsuelo y sus viviendas. Por todo ello, hubo que esperar otros 50 años para que se iniciara la primera acción global de saneamiento, ya bajo el reinado de Carlos III, quien por éste y otros muchos motivos terminaría pasando a la historia como el mejor alcalde de Madrid.
Los trabajos fueron encomendados al arquitecto Francisco Sabatini, quien construyó un sistema de alcantarillado de menos de 2 kilómetros (1.840 metros), pero esencial para el progreso sanitario de la ciudad. Sabatini tomó como punto de partida los proyectos de Ardemans y, sobre todo, de Joseph Alonso de Arce. A este arquitecto e ingeniero, quien años antes había trabajado para la Corte, corresponden los primeros proyectos para el alcantarillado de Madrid de los que se han conservado pruebas documentales, de 1735.
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